domingo, 25 de noviembre de 2018

This monkey's gone to Heaven[1]


Retorno como las estaciones
en los tiempos remotos, circulares.
Retorno al sueño
entre sudores y llantos 
entre gemidos y cantos
arrastrando una lasca de esta vida de
nogales 
ratas
deuda
llanto de mamá que se prolonga como zumbido grave por la casa.


Sueño con el cuarto de Javiera Carrera,
con las ramas del nogal que se cuelan por la ventana rasgando las cortinas color lavanda.
Y así entre vidrio, polvo
asalta la habitación un mono:
miedos inexperimentados me empujan a correr
intentar abrir la puerta
escapar.
Siento el horror de la puerta que no abre y la gente que duerme sorda,
absorta, sola;
el horror que me cala y apala.
Grita el mono
con rabia, con celo
pero no se acerca, como evitándome
pero cómo, ahuyentándome
pero cómo, tal si hubiésemos invertido y fuese
yo quien invade, él quien teme.

Que se me atora el llanto,
tratando de gritar la angustia se me pesca,
la voz no brota 
la lengua hormiguea.
“Me comió la lengua, un mono me comió la lengua”.
No tengo voz
estoy sola
un mono me grita.


Siempre despierto antes de acercarme,
tocarlo o que me rasguñe
y lloro ahogando la cara en la almohada
porque el desconcierto agrava mi pena,
pena dura del pasado que se incrusta
que no halla lawen
que no halla descanso
que no se cansa
herida que permea, gorgotea
viscosa, volcándose en mis pensamientos nocturnos.


Recuerdo poco y recuerdo nada: temo siempre
contar otro relato
patrañas
perdiendo para siempre una lasca de mi vida
junto con la casa,
el matrimonio
pena de mamá
cinco gatos muertos,dos atropellados
sufismo
nueces podridas
el dolor dulce de ser niña y no entender el agobio de los adultos
que sólo protestan
reciben facturas
desarman todo
alrededor, abandonan casas.

Ahogo la cara en la almohada deseando
-quizá- nunca
llegar a entender y
protegerme
de la vida
de esa que no quiero.

Hace tiempo que retorna
el sueño. Escuché
que tenía que decirlo
contarlo:
intentos tímidos, tímida.
Quizás -sólo quizás- así se espantan las almas
andantes que rondan
me rondan;
se da por aludida el alwe
pa’ pescar sus cosas y no volver
igual que esa otra vida.


[1] Como la canción de los Pixies.

domingo, 11 de noviembre de 2018

Reporte

Si te contara que me paso los días mirando las estrellas desde Google Earth, escondiendo la cabeza entre las piernas los cinco minutos que estoy en el baño y puedo intentar recordar qué fue lo último pensado antes de que la extensión del cansancio me arrastrase al sueño turbio anoche. Que me saco rápido los zapatos cuando entro al cuarto en un gesto por abandonarme, me desvisto a tirones para tener un rato más de mirarme en el espejo y no entender de dónde salen tantos moretones. Que me acuesto y me cuesta, intranquila con la vida; escucho que llora y da vueltas en la cama, luego solo  ruido de llaves que gotean y vecinos que martillan, de madrugada martillan.
Que los trámites son largos y las siestas (las fiestas no tanto) son cortas. Que me voy borracha tras dos cervezas escupiendo por si eso a alguien espanta. Que caminar sola de madrugada me cura el espanto, aunque sienta siempre que en realidad estoy arrancando.
Que esto durará un rato (hasta encontrar otra cosa en que ocuparme) y se irá. Que la pena jamás me ha durado tanto.