miércoles, 12 de diciembre de 2018

La mano letal

La mano que te da de comer
ha arrojado los platos al piso,
se han hecho pedazos,
luego el ruido sordo del televisor.


Todos los caminos llevan a la casa-abuela, casa-abuelo.
Rebotando de puerta en puerta y de familia en familia,
el destino siempre es un cuarto húmedo,
olor a encierro y olor a polvo,
cajas de fármacos, litio y boletas,
el cuadro de la señora del pelo blanco (ay palomita),
pantuflas dispares con hongos.

Tiempos de insomnio
la pieza compartida con hermanos y papá,
pieza de entre-vida, de sub-historia.
Fragmentos de platos,
paredes que sudan frío y susurran,
abuela con un mechón de pelo en la mano,
abuelo de brazos cruzados, durmiendo despierto,
alguien que llora en el baño
una curiosidad oscura me nubla;
insomnios.


La mano que te da de comer
te acaricia el pelo, te calma cautivadoramente,
“no se te va a caer el corazón”,
dice que es taquicardia.
“Mañana te compro plasticina”,
al día siguiente yo y hermano hacemos hombrecitos de pan.

Huele a mata de boldo,
abuela se esparce una sustancia viscosa en el pecho
“es para el dolor”,
y yo me pregunto si le duele el corazón.


La mano que te da de comer
golpea férrea la puerta del baño en el que ella llora.
Visitas al hospital, “está enferma”,
“¿del corazón, abuela?”, “del corazón”.
La mano que te da de comer sabe que la han envenenado.
No dice nada, abuelo se encoje de hombros.
Temo que me envenenen a mí un día, temo que mi abuela no diga nada.


Insomnios. Papá dice que nos iremos pronto, que hay un departamento.
Ya no seremos allegados en la casa-boldo, casa-moho, vidrios y llanto.
Pero todos los caminos llegan a la casa-abuela, casa-abuelo.
Volveré a dejar que me acaricien el pelo y que sellen la promesa de que mi corazón no se caerá
con agua de anís;
pero nunca jamás volveré a beber de la taza sin pensar en que
la mano que te da de comer
se ha callado el abuso.


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