La
mano que te da de comer
ha
arrojado los platos al piso,
se
han hecho pedazos,
luego
el ruido sordo del televisor.
Todos
los caminos llevan a la casa-abuela, casa-abuelo.
Rebotando de puerta en puerta y de familia en familia,
el
destino siempre es un cuarto húmedo,
olor
a encierro y olor a polvo,
cajas
de fármacos, litio y boletas,
el
cuadro de la señora del pelo blanco (ay palomita),
pantuflas
dispares con hongos.
Tiempos
de insomnio
la
pieza compartida con hermanos y papá,
pieza
de entre-vida, de sub-historia.
Fragmentos de platos,
paredes
que sudan frío y susurran,
abuela
con un mechón de pelo en la mano,
abuelo
de brazos cruzados, durmiendo despierto,
alguien
que llora en el baño
una
curiosidad oscura me nubla;
insomnios.
La
mano que te da de comer
te
acaricia el pelo, te calma cautivadoramente,
“no
se te va a caer el corazón”,
dice
que es taquicardia.
“Mañana
te compro plasticina”,
al
día siguiente yo y hermano hacemos hombrecitos de pan.
Huele
a mata de boldo,
abuela
se esparce una sustancia viscosa en el pecho
“es
para el dolor”,
y
yo me pregunto si le duele el corazón.
La
mano que te da de comer
golpea
férrea la puerta del baño en el que ella llora.
Visitas
al hospital, “está enferma”,
“¿del
corazón, abuela?”, “del corazón”.
La
mano que te da de comer sabe que la han envenenado.
No
dice nada, abuelo se encoje de hombros.
Temo
que me envenenen a mí un día, temo que mi abuela no diga nada.
Insomnios.
Papá dice que nos iremos pronto, que hay un departamento.
Ya
no seremos allegados en la casa-boldo, casa-moho, vidrios y llanto.
Pero
todos los caminos llegan a la casa-abuela, casa-abuelo.
Volveré
a dejar que me acaricien el pelo y que sellen la promesa de que mi corazón no
se caerá
con agua de anís;
pero
nunca jamás volveré a beber de la taza sin pensar en que
la
mano que te da de comer
se ha callado el abuso.
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