nadie me comisariaba los afectos
era más fácil renunciar a la personalidad
amalgamarse a los llamados y ceder a la saliva,
no había temor a que se desdibujaran los límites del yo
no nos obsesionaban las barreras de latex y los besos pulcros
muy poco miedo al escupo, poco miedo a la herida
al tajo abierto como espacio de encuentro;
quizás sí quería dejar de ser una persona
y ser más una masa, corpórea
ser linfa, flujos, humores
devenir trepadora
de crecimiento húmedo y callado.
Antes no había cobranza
ni comisario ni inversor
nadie tasaba cuánto costaba de una misma querer
cuánta vida y cuánta muerte;
querer desde la entraña telúrica
embarrarse de camaraderías
de pasiones bajas de fiebres fulminantes
querer ser desertora de la personalidad
para llegar a retirarse de una misma
buscar la pampa compartida
las sábanas tiernas de la solidaridad.
Y ahora que vivimos o más bien desvivimos
hallamos en cada una de nuestras viviendas
los perfectos muros de la personalidad
nuestra propia propiedad
privada de ethos viviente:
lo que es la interdependencia de los cuerpos porosos,
membranosos, amorosos;
propiedades privadas del intercambio vivo,
rítmico y lúbrico;
y ahora cada quien a su mazmorra, impenetrables
ya solo me encuentro incompleta.
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