Me duele no hablarnos, tanto como me duele ser
quien te apuñala a destajo,
convulsa e impaciente,
consintiendo que se me cuele la vida
mientras entre zumbidos se oye la alarma
interrumpiendo el vértigo nocturno.
Y me sube la arcada (como la náusea de Sartre),
es la gravedad del silencio
la que posterga
los síntomas.
Me duelen los pechos, las piernas,
el surco de mis manos
fatigadas de ir y venir
entre fotocopias y ropa.
Y me toco y otro (cualquiera) me toca,
mientras entre gemidos
espero que regrese la vida que yo misma pospongo,
esa de la que nunca me despido.
Estoy desvelando mi tiempo.
Me duele no hablarnos, me duele ser
yo quien se traiciona
en ese transcurso que se deshace el cigarro en mi boca
y suelto la última queja.
Me duele tirar con las ganas
que no tengo de decir la verdad:
hace meses algo se echó a perder.