Si pudiese recapitular
me quedaría con la noche
en la que -por ron, por miedo- fue imposible tirar
y todo terminó con un abrazo
y un beso en la frente
(qué maternal que fui)
en tu frente de niño avergonzado
-no me pidai disculpas, qué lata-
bajo mis ojos mediadores.
Sin embargo,
mordí la manzana
y a ti la paciencia te desquiciaba:
estabas caliente
que (en tu caso) es lo mismo que apurado.
Y esperaste
porque yo quise que lo hicieras.
Pero mordí la manzana
Sebastián,
y me acoplé a tu espalda
esbozando un morse de saliva,
amoldando, ajustándote
a mi tamaño
para quererte.
Y terminé por creer
que nos entendíamos;
y terminé por creer
que nos queríamos.
Y terminé,
y me terminaste.
Y así es la vida,
los hijos se van de casa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario